No necesité abrir los ojos esa mañana para despertarme, no se habían cerrado en toda la noche. Aunque esa noche no dormí, curiosamente una imagen estuvo rondándome la cabeza todo el tiempo, una orquídea blanca…¿Qué significaría eso?, bah! Daba igual lo único que me interesaba de verdad era la segunda imagen que me frecuentó la mente esa noche… su cara, la cara que tenía la primera vez que la vi, una cara fina de proporciones áureas en las que se encajaba una sonrisa impecable, blanca lechosa, brillante, que hacía perfecto juego con sus dos preciosos ojos, del color del chocolate… casi se podría decir que su cara era mi bebida favorita, leche con chocolate… ummm! Que dulce… que dulce cara!, una cara que tenía como broche un pelo largo liso, suave, castaño, el pelo más bonito que en mi vida había visto, precioso, era el perfecto manto para envolver esa dulce imagen.

Bajé las escaleras hasta el salón, pero solo por pura rutina, realmente no quería salir de la cama nunca más en mi vida, así que tomé el sofá como sustituto y allí pasé el resto del día, sin desayunar, sin comer y sin cenar… el hambre no parecía ser una práctica habitual en mi nueva vida de muerte interior, ni siquiera miraba la televisión solo el techo… el blanco techo, cuyo gotelé formaba curiosamente la imagen de una orquídea…

Los días se sucedieron uno tras otro clonando la tónica del día anterior, un sofá un techo y un estómago vacío, no creía en otra manera de vivir, no quería otra manera de vivir ahora, ahora simplemente no vivía. Algunos días que creía recuperar las fuerzas que nunca tuve pensaba en llamarla, pero… ¿Qué cambiaría eso? Ya lo había dejado bien claro, era una estupidez agarrarse a un clavo lleno de púas, hiciese lo que hiciese, acabaría doliéndome. Otros días creía tener la solución a punto de caramelo, “Ya sé, ¿ella dijo que parecía que yo no la quería? Solo tengo que darme rienda suelta y hacer todo lo que he estado reprimiendo hasta ahora por guardar las apariencias”, pero aquello tampoco iba a dar resultado, ¿acaso servía de algo ahora que le hiciese una llamada perdida al móvil cada mañana nada más levantarme para que supiese que lo primero que he tenido en mi cabeza al despertar a sido a ella?¿serviría de algo colmarla todo el día de piropos y demostraciones de amor?, eso lo dudo mucho, una obra de arte tiene que estar aburrida de ser ensalzada por todo el mundo, de todas formas creo que debería darle un apunte y reclamarle una cosa, y es que no había ni un solo día en que su nombre no pasase al menos una vez por segundo por mi mente y que antes de que ella apareciese en mi vida, nada me completaba, hiciese lo que hiciese, nunca era plenamente feliz, seguía teniendo un pequeño hueco en mi que no había manera de tapar, aunque ella supo cómo hacerlo, lo malo es que cuando se fue de mi vida no volvió a dejar el hueco que antes había, dejó un vacío enorme, un vacío que se quedó con su nombre y se lo llevó todo consigo, quizás debería reclamarle mis ganas de vivir, pero ¿de qué serviría? ¿Acaso me las iba a poder devolver? Lo dudo mucho.

Tan preocupante era mi situación día a día que mi primer contacto con el aire fresco, fue por obligación, mi familia me obligó a bajar a la playa, no recordaba que el sol fuese tan cálido y que me cegase tanto, solo quería volver a mi burbuja, donde yo era un puro glaciar en pleno verano, todo aquello me resultaba dañino, había perdido la costumbre de sentir todo aquello. Por el trayecto algo me llamó la atención en todo aquel paisaje amarillo y naranja… ¡allí! ¡En esa baldosa!, en aquella baldosa crecía una hermosa orquídea blanca, pero aquello no podía estar sucediendo, tenía entendido que las orquídeas necesitan humedad, y para nada era humedad de lo que estaba cargado el ambiente, aquello simplemente no podía ser. Cogí la orquídea con sumo cuidado y volví a mi casa para transplantarla a una gran maceta del jardín de mi abuelo, a él le encantaban las plantas, seguro que sabría perfectamente cómo cuidarla. Llegué hasta mi casa, quité el pestillo y empujé la puerta metálica de la pequeña muralla que daba al interior, esta se abrió produciendo el pequeño chirrido oxidado de las puertas viejas, el sonido despertó actividad en la casa y pronto fue respondido por cuatro patas al galope que venían hacia la entrada agitando todo el suelo de la casa a su paso. De entre las cortinas de la puerta salió muy agitado y sin parar de mover el rabo, Toby, el perrito guardián de la casa. ” Menos mal, seguro que una buena bienvenida me anima”, pensé. Cuando estuvo a distancia suficiente del porche como para verme, bajo el ritmo, agacho la cabeza y volvió a meterse dentro de la casa. Lo que faltaba… hasta mi querido perro había perdido el interés por mí, por lo menos no haría añicos la flor que acababa de encontrar. Así que tras esta pequeña materialización de mi extraño sueño todo volvió a la normalidad, la sepulcral normalidad.

Aquello no tenía fin ni tiempo ni espacio, era un estar sin estar, un pensar en nada, una brújula desorientada, un mundo en otra parte, mi mundo donde estuviese ella, un llanto continuo, y ya sé que los hombres no lloran, pero es que ya no era un hombre, ni siquiera el indefenso niño en el que su amor me convertía, ya ni siquiera era persona… no sabía cómo iba a salir de esta pero tampoco me importaba, sabía que no saldría, las causas perdidas nunca se me dieron bien, y menos aún ahora que mi fuerza para vivir solo venía de la palabra que le daba el nombre, debería odiarla por todo el mal que me estaba haciendo, sin saberlo pero… no tenía sentido odiarla, ¿Por qué odiar a una persona que no te quiere? Ella no tiene la culpa de no estar enamorada de alguien, eso… no se elige, lo peor de todo aquello, es que yo mismo me lo busqué, ella me quitó la vida, pero yo no tuve fuerzas para ir a recuperarla.

Volví a subir las escaleras hacia mi habitación y caí otra vez a plomo sobre el colchón, mañana sería otro día… otro día igual que el anterior y que al anterior y que el anterior, otro paso más en el mismo kilómetro.